jueves, 11 de mayo de 2017

Dylan y el marcapáginas

                   Dylan y el marcapáginas

Hola, aunque soy un trozo de papel, os contaré una historia sobre un niño al que le gustaba mucho leer.

 Erase una vez, hace muchos años, un niño al que le gustaba leer, pero nunca se acordaba de la página en la que iba y siempre comenzaba otra vez a leerlo.

 El 30 de abril ocho días antes del cumple del niño, que por cierto se llamaba Dylan, le preguntó a su madre:

— ¿Mamá, qué me  vas a comprar por mi cumpleaños?

—Dylan, no puedo decírtelo.
 Dylan se fue a su cuarto y se puso a leer. Y pensó:  “¿Cómo me acordaré de en qué página voy, si nunca me acuerdo?”
 Él comenzó a pensar como acordarse de la página cuando, se le ocurrió poner una hoja en el libro.
 Al día siguiente, le pidió a su madre un trozo pequeño de cartón para hacer que la hoja fuera más fuerte y pequeña, lo pintó y lo llamó marcapáginas, de ahí nací yo.
 Cuando llegó su cumple, su madre le compró una pintura que supuestamente hacía que los objetos hablaran. Como Dylan no tenía muchos amigos me pinto a  mí. Él pensaba que el regalo no funcionaba, pero un día le di un susto de muerte y se alegró de que su marca páginas hablara.
 Nos divertíamos mucho jugando. Yo tenía la capacidad de ir con alguien a los libros y vivirlos desde allí, y así nos divertimos mucho. Una de las historias en la que entramos fue “Kika Superbruja y los indios”. Fue una aventura fascinante.
 Cuando volvimos del viaje, la madre de Dylan entró en la habitación y le dijo a Dylan:
— Toma—le dio un folleto—me lo acaban de mandar del instituto.
—¡Qué! No pienso ir a este sitio no podré leer. Mamá, lo sabes, no puedo estar sin leer ni un solo minuto.
—Lo sé, pero tienes que ir.
 Dylan se enfadó tanto que echó de su cuarto a su madre para hablar conmigo. Me dijo:
—Te voy a echar mucho de menos.
—Yo también a ti,—y me dio un beso.
 Cuando llegó el día de que se marchara me dijo adiós y me dio un beso.
Ese mes, me aburrí mucho solo, pero la cara de alegría de la madre de Dylan cuando hablaba con él y le decía que había hecho muchos amigos, me alegraban a mí también.
 Cuando Dylan volvió, ya no le gustaba tanto leer ahora le gustaba más el fútbol y no me hacía mucho caso, ahora tenía amigos y no le gustaba jugar con marcapáginas como yo.
 Pero un día cambió mi opinión ¡su madre estaba pagando a aquellos niños para que Dylan tuviese amigos! Cuando me enteré de aquello, a la noche le grite  para que me escuchará. Se dio cuenta y enseguida fue a buscarme y me dijo:
—Siento no haber estado contigo todo este tiempo, pero he hecho tantos amigos que me había olvidado.
—Sobre eso quería hablarte. Tu madre está pagando a tus “amigos” para que estuviesen contigo.
—Eso no es verdad.
—Sí lo es. ¿Cuándo te he mentido? Si quieres comprobarlo mira por la ventana mañana a las 8:00.
—Así lo haré.
  Al día siguiente, a las 8:00 Dylan miraba por la ventana. Se dio cuenta de su que madre estaba pagando a sus compañeros de clase. En cuanto lo vio me pidió perdón. Cuando su madre volvió a casa, Dylan le dijo:
—Mamá, ¿Por qué lo has hecho, por qué?
—¿El qué hijo?— contestó la madre un poco nerviosa.
—Porque estás pagando a mis compañeros.
—Porque eras un niño muy raro.
—Unos niños le gustarán unas cosas y a mí otras.
 Cuando se fue al instituto les dijo a sus compañeros que no hacía falta que fueran sus amigos solo porque su madre les estuviera pagando, pero sus amigos le dijeron que eran sus amigos aunque no les pagará su madre.
 Después del instituto me lo contó todo y así fue como Dylan consiguió muchos amigos gracias a mí un marcapáginas, producto de su imaginación, gracias a la pintura.
                       FIN
                                                                  Andrea Frutos